Si le preguntas a cinco personas: "¿Por qué Jesús murió en la cruz?", es probable que obtengas una docena de respuestas diferentes.
Para algunos, se trata de un sacrificio relacionado con el pecado humano y la ira, la misericordia y el perdón de Dios. Para otros, el centro del enfoque podría estar en una victoria cósmica, donde la muerte de Jesús de alguna manera derrotó a la muerte misma. Y otros podrían decir que Jesús tuvo que morir o que Dios lo envió para que muriera, o que la muerte de Jesús es el ejemplo supremo de abnegación, una imagen tangible de su profundo amor por nosotros.
La crucifixión de Jesús no se explica fácilmente. Y cada una de estas respuestas plantea aún más preguntas, cada una de las cuales requiere análisis (y más análisis aún).
Nuestro objetivo a través de esta publicación no es responder todas las preguntas con respecto a la muerte de Jesús ni argumentar a favor de una perspectiva sobre el significado de la cruz. Más bien, queremos examinar algunas partes importantes y que muchas veces son pasadas por alto de la historia de fondo de la Biblia que pueden ayudarnos a entender la muerte de Jesús.
La complejidad de decir que Jesús murió "por" nosotros
Los primeros seguidores de Jesús describen su muerte con diferentes énfasis y matices. Si haces una lista, notarás diversas afirmaciones resumidas (por ejemplo, 1 Corintios 15:1-4; Romanos 5:6-8; 1 Juan 2:1-2; Hebreos 2:9) y también notarás el uso de una frase común en todos esos pasajes bíblicos: "Jesús murió por nosotros".
Eso parece bastante simple, pero aún así puede hacer que nos preguntemos: "¿Por nosotros, cómo?".
En el Nuevo Testamento, la frase "por nosotros" emplea una de dos palabras griegas. La primera, huper (ὑπὲρ), se traduce generalmente con la palabra "por". Pero huper puede transmitir varios matices de significado, incluyendo: "en beneficio de", "en lugar de", "como representante de" o, "debido a, por la razón de".
Los autores del Nuevo Testamento también usan la palabra griega perí (περὶ) para decir "por". Y perí también transmite múltiples significados, como: "por, alrededor de", "la razón de", "por cuenta de", "en relación con" y "con respecto a".
Cuando estos escritores dicen que Jesús murió por nosotros usando una de esas dos palabras griegas, ¿quieren decir que Jesús murió por el beneficio de los seres humanos? ¿O que murió en el lugar de los humanos, lo que sugiere que murió como sustituto? ¿O están diciendo que él murió por culpa de los seres humanos, por lo que hemos hecho o por lo que le hicimos? ¿O es debido a su amor por los seres humanos? ¿Posiblemente es todo lo anterior? Tal vez él murió por nosotros de todas esas maneras y muchas más.
El apóstol Pablo nos ayuda a delimitar nuestro enfoque cuando dice en 1 Corintios 15:3 que Cristo murió por nuestros pecados, "según las Escrituras". Él se refiere a una historia de fondo bíblica. Y como la compilación del Nuevo Testamento no existía en los días de Pablo (estaba en el proceso de ser escrito), sabemos que él está hablando de las Escrituras hebreas.
Observemos juntos algunos momentos clave de la historia bíblica que nos ayudan a ver cómo murió Jesús "según las Escrituras", comenzando con la historia del Edén y su descripción fundacional de la muerte humana. Nos costará entender la muerte de Jesús si no pensamos en por qué morimos nosotros.
¿Por qué morimos?
¿Por qué nuestro cabello se vuelve gris y nuestra piel se arruga? ¿Por qué al final todos morimos y "volvemos al polvo", como dice Génesis 3:19?
En Génesis 1, Dios crea el mundo a través de sus palabras. Y en Génesis 2, vemos una diferencia entre dos espacios clave dentro de la creación: el mundo en general y el mundo que está dentro de un jardín en particular que Dios planta en el Edén (Génesis 2:8).
El jardín es como un hogar para Dios, una imagen del Cielo en la Tierra donde Dios camina con los humanos y comparte su vida eterna y floreciente con ellos como sus colaboradores. Y como Dios es la fuente infinita de vida, el jardín es una zona libre de muerte. Fuera del jardín, el mundo sigue teniendo belleza, bondad y vida, pero también tiene fechas de vencimiento. A diferencia del jardín, las cosas vivas salen del polvo y vuelven a él: mueren. Curiosamente, Dios primero forma al humano fuera del jardín, en el ámbito del polvo.
Génesis 2:7 muestra que Dios forma al adam, que en hebreo significa "humano", de la adamah, que significa "tierra, arcilla o polvo", la sustancia de la tierra. Después de formar al adam y de soplar su Espíritu de vida en él, Dios planta un jardín y coloca al humano dentro de él (Génesis 2:8, 2:15). Cuando el humano está dentro del jardín, Dios le da una opción. Los humanos pueden seguir viviendo con él en el jardín para siempre o dejar de vivir con él en el jardín y volver al polvo: a la adamah. Parece obvio cuál es la elección correcta. ¿Por qué alguien querría irse?
La historia de Génesis 2:15-17 muestra que Dios planta dos árboles que representan esas opciones de vida o muerte, el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. Comer del árbol de la vida significa confiar en la sabiduría de Dios y, por lo tanto, vivir para siempre con él y de acuerdo con sus instrucciones. Sin embargo, comer del árbol del conocimiento del bien y del mal significa confiar en la sabiduría humana, rechazando así las instrucciones y la vida de Dios. Si comes de ese árbol, dice Dios, "ciertamente morirás" (Génesis 2:17).
Los humanos probablemente nunca tuvieron la intención de abandonar el jardín, pero no tomaron en serio las palabras de Dios y confiaron en la sabiduría de un engañador serpenteante en lugar de Dios. Después de tomar la decisión equivocada, el humano (adam) es echado fuera del jardín, de regreso al lugar donde fue formado originalmente, "la tierra (adamah) de la que había sido tomado" (Génesis 3:19). El humano ahora debe vivir fuera del jardín, donde las personas se arrugan, se llenan de canas y, finalmente, mueren en su camino de regreso al polvo.
El mensaje básico de la historia del Edén es el siguiente: los humanos morimos porque, desde el principio, hemos rechazado la oferta de vida suprema de Dios. La oferta de Dios requiere que renunciemos a nuestra idea de lo que pensamos que es la vida, para que podamos recibir la verdadera vida que Dios quiere darnos. Trágicamente, muchas veces decidimos elegir la vida según la definición de nuestra propia sabiduría, asumiendo nuestra propia ruina. Muchas veces esas elecciones parecen tan inocentes como comer fruta sabrosa y atractiva (ver Génesis 3:6), pero cuando esas elecciones se oponen a la sabia instrucción de Dios, corrompen la vida y acarrean la muerte.
¿La muerte es nuestro final?
Dios no solo exilia a los humanos del Edén, sino que también coloca dos querubines y una espada flameante mortal en la puerta del jardín para que no vuelvan a entrar (Génesis 3:24). Dios describe esto como misericordia severa que evitará que los humanos vivan para siempre en un estado de corrupción (Génesis 3:22). Pero esto crea una paradoja en la historia. Gracias a Génesis 1 sabemos que el plan de Dios consiste en supervisar la creación en íntima colaboración con los humanos que fueron hechos a imagen y semejanza de Dios. Pero ¿cómo puede suceder eso si la única forma de restaurar a los humanos a la vida eterna es por donde están esos ángeles ardientes con una espada, muriendo?
Si ese fuera el final de la historia, sería la máxima tragedia, ya que parecería que Dios está cortando completamente los lazos con la humanidad. Pero recién estamos en el capítulo 3 de Génesis; la historia acaba de comenzar y rápidamente queda claro que Dios no va a abandonar a sus colaboradores humanos para que vayan a la tumba.
Como los humanos no pueden regresar al Edén por sí mismos sin morir, Dios establece otra forma que apunta a una resolución definitiva. Cuando Dios guía a los israelitas al Monte Sinaí, les da instrucciones para que fabriquen una tienda móvil de reunión, o tabernáculo, donde Dios lleva su Edén otra vez a su pueblo. Más adelante, habrá un templo en Jerusalén, donde Dios, en su misericordia, hace lo mismo. Y, por último, Dios acercará al máximo su vida eterna al hacerse humano en Jesús de Nazaret.
Cada una de estas acciones nos dice que a Dios no le interesa deshacer su alianza con la humanidad. Más bien, Dios se nos une en el polvo, mostrándonos que la verdadera vida tiene que ver con la unidad con Dios y que nuestra muerte es una tragedia temporal, no es nuestro final.
Ahora veamos cómo los rituales del tabernáculo y del templo nos ayudan a entender mejor la muerte de Jesús.
Preservar la vida a través de la muerte
A medida que se desarrolla la historia bíblica, las personas aprenden a sobrevivir fuera del jardín, luchando contra los enemigos, trabajando para que la tierra produzca frutos y sufriendo. Dios se une a ellos en este espacio primero ayudándoles a crear una tienda móvil, el tabernáculo, guiando a su pueblo para que lo llene de símbolos del Edén. Es una forma a través de la cual Dios dice: "Estás fuera del jardín donde vivo, pero te amo, así que ahora yo voy a ir a donde tú vives, para que puedas experimentar pequeños bocados de la vida en el Edén y, un día, regreses al lugar para el que fuiste hecho".
Al igual que el jardín, el tabernáculo es una zona libre de muerte. Cuando lees las leyes relacionadas con la construcción, el mantenimiento y la adoración ritual del tabernáculo (ver Éxodo 25-28; Levítico 1-27), queda claro que está prohibido que cualquier cosa relacionada con la muerte entre a la tienda. Repleto de imágenes de granadas, olivos, almendras y todo tipo de plantas de huerto nutritivas y hermosas, el tabernáculo también tiene imágenes bordadas de querubines en las cortinas que bloquean la entrada a su espacio más sagrado. Si estuvieras en la entrada del patio del tabernáculo, verías los querubines a ambos lados y el fuego del altar entre ellos. Eso nos recuerda a los querubines y la espada flameante en la puerta del Edén. Todo está diseñado para comunicar que entrar a ese espacio donde mora Dios es como volver a entrar al Edén.
Pero recuerda la paradoja. La historia del Edén dejaba claro que cualquiera que volviera a entrar en la vida del Edén moriría por esa espada de fuego angelical. Entonces, ¿cómo pueden las personas reunirse con la presencia de Dios si están muertas? Y si están muertas, ¿cómo pueden hacer algo?
Aquí, vislumbramos un misterio misericordioso que se explora en detalle en Levítico capítulos 16 y 17. Dios aceptará la vida de un representante intachable que entregará su vida "por" otra. En el ritual de sacrificio, un animal sin mancha (es decir, "sin culpa") ofrece su vida como representante de la vida de un humano que no es inocente, que no puede regresar a Dios sin morir. El animal muere justo fuera del espacio sagrado de la tienda, permitiendo que el sacerdote humano lleve esa sangre vital y pase por el peligroso límite de los querubines y la espada flameante hasta el Edén simbólico. Allí, la vida del animal que no tiene culpa alguna puede apelar a la misericordia de Dios en lugar de otra vida, y Dios responderá en consecuencia. El animal muere por el humano, en representación del humano y en lugar del humano, permitiendo que la persona viva "a través" de la muerte y se reúna con Dios.
Es crucial entender que las personas no se acercan a Dios solo esperando que Dios muestre misericordia debido al sacrificio. Más bien, es Dios quien establece todo este proceso. En Levítico 17:11, Dios dice: "Te he dado la sangre vital en el altar". Cuando las personas le entregan a Dios la vida de esos animales, están viendo que Dios le da el animal a Dios, quien luego lo acepta.
Mediante todas estas instrucciones sobre las ofrendas de animales, Dios le muestra al pueblo cómo realmente produce muerte como resultado de las elecciones que se oponen a la voluntad de Dios. Ellos experimentan las consecuencias tangibles y sangrientas. Pero también ven cómo Dios quiere preservar la vida humana a través de la muerte. Un representante atraviesa las llamas en nombre o representación de otro, entregándose y preservando la vida. Es como si Dios hubiera diseñado un tipo de muerte que, en última instancia, no destruye al humano. Es una muerte que vence a la muerte.
Más allá de los espacios sagrados y de los sacrificios
Más adelante en la historia, cuando Israel finalmente se asienta en su propia tierra, la esencia del mismo procedimiento continúa en el templo. Allí, el lugar santísimo sigue estando protegido por un velo que tiene imágenes de los dos querubines de la puerta del Edén bordadas, y el altar (la espada flameante) sigue ocupando una ubicación central.
Primero en el jardín, luego en el tabernáculo y aquí en el templo, nadie puede pasar por el bloqueo de los querubines y llegar al lugar de la presencia de Dios porque, al igual que los primeros humanos, todos hemos sido corrompidos por la muerte al elegir confiar en nuestra propia sabiduría más que en la de Dios. El símbolo de los dos querubines nos recuerda que todos estamos fuera del jardín, desconectados de Dios que volvemos al adamah, al polvo. Pero el símbolo del sacrificio de animales para entrar en su morada, que es como un jardín, sugiere que ni siquiera la muerte puede entorpecer la voluntad de Dios de reconectarse con la humanidad y restaurar vida interminable para la humanidad. Él nos ama demasiado como para abandonarnos.
Pasan siglos llenos de sacrificios rituales y, aunque las ofrendas y las observancias religiosas sirven de enseñanza y de guía a las personas, no logran cambiar la realidad ni resolver el problema. Seguimos pasando por guerras, enfermedades y cementerios. La realidad de la vida fuera del jardín pesa mucho y crea un profundo anhelo, una expectativa esperanzadora de que, en algún momento, Dios pondrá fin por completo a la corrupción y la muerte.
Eso nos lleva de regreso a la muerte de Jesús en la cruz.
¿Por qué murió Jesús?
Las primeras frases del Evangelio de Juan dan un giro cósmico en la trama. El infinito Dios Creador del cosmos, inmutable, insondable e invencible, se une humildemente a nosotros en nuestro estado corrupto y moribundo fuera del jardín.
Se nos dice que Dios habita o mora entre nosotros, haciéndose humano y uniéndose a nosotros fuera del Edén (Juan 1:14). Al elegir estar con nosotros, Dios también elige experimentar la muerte. En ese sentido, Jesús muere porque nosotros morimos.
La historia de fondo temprana de la Biblia hebrea en los primeros capítulos de Génesis nos muestra que reunirse con Dios y regresar a la vida del jardín eterno requiere una muerte real (recuerda los símbolos de los querubines y la espada flameante). Y recuerda que el reingreso mortal al jardín tiene que ver con renunciar a nuestras propias definiciones de lo bueno y lo malo que nos llevan a la muerte. Por medio de las ofrendas de animales del tabernáculo y los rituales del templo, Dios le dice a su pueblo que tiene la intención de reunirse con ellos y preservar sus vidas a través de la muerte.
Así, Dios se convierte en un verdadero humano y experimenta esa misma muerte. El apóstol Pablo dice en 2 Corintios 5:21 que Jesús "se hizo pecado por nosotros", aunque "no conocía pecado". Jesús asume el dolor y la muerte de la carne corrupta que comparte toda la humanidad, aunque nunca conoce ni elige el pecado. Aquí aprendemos sobre el significado de la cruz. Es Dios quien da su propia vida humana con amor por nosotros, en nuestra representación y por nuestro bien.
En Cristo, Dios se encuentra con nosotros fuera del jardín y, a través de la muerte, pasa por la frontera letal de los querubines y la espada que protege el camino de regreso. Durante la crucifixión de Jesús en Jerusalén, justo cuando muere, el velo bordado con querubines del templo que protegía el camino al lugar santísimo se rasga por la mitad, de arriba a abajo. ¡El acceso a la presencia de Dios se restauró! En ese sentido, Jesús muere para abrir el camino para que la humanidad regrese a Dios (ver Juan 10:9-10, 17:20-23).
Y cuando Jesús resucita a la vida como él mismo humano, expone un secreto bien oculto sobre la muerte. Hemos supuesto (razonablemente) que la muerte marca el final de la vida humana, pero la resurrección de Jesús dice lo contrario. La resurrección de Jesús significa que somos sus verdaderos hermanos y hermanas y que un día nos uniremos a él en la vida de la resurrección. Su muerte y resurrección juntas gritan: "¡El final sin vida que temes no es real! ¡Que el amor por el camino de vida continuo de Dios reemplace tu miedo a la muerte!"
El miedo a la muerte es otra mentira serpenteante que nos engaña para que acumulemos recursos en lugar de vivir generosamente. El miedo a la muerte nos engaña para que luchemos con nuestro prójimo y hagamos espadas para matar a los enemigos. Todos vivimos fuera del jardín y el instinto de miedo de protegernos a cualquier precio está entretejido en nuestro ADN. Es inevitable. A menos que un verdadero humano pueda mostrarnos que la muerte es temporal y no definitiva. Otra razón por la que Jesús muere es para mostrar exactamente eso. Y si le estamos prestando atención, su camino de amor expulsará de forma lenta pero segura todo el miedo a la muerte.
Podemos comenzar a perdonar y amar en lugar de odiar y juzgar. Podemos comenzar a bendecir en lugar de maldecir, a forjar nuestras espadas violentas para convertirlas en herramientas de jardinería fructíferas (ver Isaías 2:1-4). Jesús nos muestra que la muerte es brutalmente trágica, pero no es el final. Nuestras vidas se fortalecen e iluminan cuando vivimos aprendiendo libremente la forma de vida permanente, amorosa y al estilo del jardín de Dios junto a los demás.
Conclusión
Todavía persisten muchos pensamientos y preguntas sobre la muerte de Jesús en la cruz. Pero cualesquiera que sean las respuestas o teorías que exploremos, podemos recordar que Jesús muere por nosotros en más de una forma. A lo largo de la historia bíblica se desarrollan muchas explicaciones entretejidas, matizadas y hermosas, y podemos recordar a partir de la historia de fondo de la Biblia hebrea y la historia de Jesús en el Nuevo Testamento que Jesús se ve obligado a morir por nosotros debido a su amor eterno.
"Dios demuestra su amor para con nosotros", dice el apóstol Pablo, "en que cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros" (Romanos 5:8). El amor de Dios se revela más plenamente en la muerte de Jesús, cuando Dios mismo entra a nuestro mundo de muerte y polvo para que, en él, podamos continuar viviendo a través de la muerte y regresar a una vida buena y eterna con Dios.
Todo esto, y más, es a lo que Pablo se refiere cuando dice: "Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras". Jesús murió por nosotros porque nos ama.